domingo, 17 de marzo de 2024

Entrenar de forma correcta para asumir un enfrentamiento implica aprender de los errores.

Entrenar de forma correcta para asumir un enfrentamiento implica aprender de los errores.

Por Cecilio Andrade.


 Empecemos por algo sencillo, la "simple" ejecución del viejo y ya clásico OODA del coronel Boyd pasando la información inconsciente a un pensamiento consciente. Nada complicado para calentar meninges.


Cuando el cerebro procesa la información que nos interesa el consciente y el inconsciente colaboran para tratar el enorme flujo de información sensorial y seleccionar la más pertinente, la única que finalmente percibimos conscientemente. Recientes investigaciones han logrado identificar el instante preciso donde el cerebro transforma la información inconsciente en ese ¡Eureka! consciente, cuando de repente surge la respuesta adecuada, ya sea ante la pregunta de un examen difícil, una idea innovadora o, lo que nos interesa en este artículo, surge la acción correcta que salva vidas.


Las emociones más complejas que el cerebro humano puede experimentar, traducidas a pensamientos de rabia, dolor, miedo o amor entre otros, pueden ser reducidos a una serie de decisiones realizadas por el cerebro para comprometerse con el mundo exterior. Existen evidencias de que ese instante, el de la emoción clara de haber decidido, penetra la conciencia cuando la información recogida subconscientemente alcanza un nivel crítico. 


Los resultados sugieren además que este acceso a la conciencia comparte los mismos mecanismos cerebrales que se sabe que participan en la toma de las decisiones más simples y cotidianas. Con lo anterior logramos entrever que apoyándonos en estos fundamentos biológicos de la conciencia, podemos encontrar procesos de entrenamiento eficaces ante situaciones de combate.


No descubro nada innovador si digo que la gran mayoría de los pensamientos que circulan por nuestro cerebro discurren por debajo de la conciencia, o lo que es lo mismo, que a pesar de que nuestro cerebro los está procesando, no somos conscientes de dichos pensamientos ni de su procesamiento. Sin embargo la forma en la que esa información asciende hasta el nivel de conciencia era hasta ahora un misterio inaccesible. 


Cuando se nos exige tomar una decisión desafiante, como cuando luchamos por nuestra vida o la de otros, el cerebro no utiliza toda la información de la que dispone antes de decidir, en realidad de forma cotidiana y rutinaria nuestro cerebro descarta más del 99% de la información sensorial que percibe. Y esto no es porque sea incapaz de gestionarla, sino porque hay un mecanismo en el que nuestro cerebro dice “suficiente”, punto en el que decide que tiene toda la información que necesita para actuar.


El cerebro humano es capaz de procesar imágenes completas en tan solo 13 milésimas de segundo, aun descartando, como ya comenté, el 99% de la información captada, cuando considera que un dato es relevante, lo dirige hacia las regiones integradoras y motoras del encéfalo para generar las respuestas más convenientes. 


Sin necesidad de estar bajo la presión de un combate, la mayor parte de la información que recibe el cerebro cada día, es gestionada de forma inconsciente. La información pertinente es seleccionada mediante una operación en tres etapas y dirigida hacia las regiones asociativas del cerebro con la finalidad de que se vuelvan conscientes y sean recordadas.


Uniendo las ultimas investigaciones en neurología con el ya clásico trabajo del Coronel Boyd, descubrimos que cada dato recibido es analizado a través de las áreas sensoriales específicas durante el ya conocido intervalo de 0.25 segundos. 

  • La primera acción del acrónimo OODA, Observar, hace referencia a captar lo que ocurre. 
  • Para lograr la segunda acción, Orientar, como sinónimo de comprender, la atención enfocada tiene como consecuencia amplificar las respuestas neuronales generadas por las imágenes. 
  • En la tercera fase, la de Decidir que desencadenará la acción consciente, sólo unas poquísimas imágenes seleccionadas inducirán a una respuesta cerebral que implique a las regiones parietales y frontales.
  • Regiones que son las que finalmente deciden que hay que hacer y generan la última sigla del acrónimo, Actuar.

Sometido a un número ingente de datos, nuestro cerebro consigue, a pesar de todo,  gestionarlos gracias a un filtrado automático, sin esfuerzo, merced al proceso OODA. En cada una de las cuatro fases, si todo ha ido bien hemos, normalmente hemos invertido 0.25 segundos, sumando un segundo total finalmente. 


Segundo que con los datos actuales, y el entrenamiento correcto, sabemos que es posible reducir a cotas aparentemente inverosímiles. Pero claro, como todo lo que vale la pena requiere esfuerzo, estudio, trabajo y entrenamiento… ¿o quizá es tan solo autodisciplina y sacrificio?


Ya sea en combate o en un rutinario y tranquilo día a día, la realidad es que nuestro cerebro está constantemente captando inmensas cantidades de información sensorial, y que lejos de abrumarse por ese ingente cúmulo de datos a procesar, se ha vuelto experto en la gestión de enormes flujos de información, en la que subconsciente y consciente colaboraran para obtener los mejores resultados… y sobrevivir.


Cuídense y cuiden de los suyos.


Entrenar de forma correcta a nuestro “ángel de la guarda”.


Ante un ataque sorpresivo es evidente que no es posible reaccionar de forma consciente y razonada, por más que, también evidentemente, implicaría una mayor versatilidad ante el evento, a costa sin embargo de un retraso indeseable a la hora de actuar. 


Nuestro consciente vive en el pasado, lo que experimentamos conscientemente ya ha sucedido. Pese a que percibamos que lo estamos viviendo sin retraso alguno, lo cierto es que la información visual tarda en el mejor de los casos 350 milisegundos (e.a ms) en ser procesada. ¿Se imaginan este retraso ante una agresión armada?


Es ahí donde la evolución ha perfeccionado que la primera reacción ante un estímulo de riesgo inmediato sea la de nuestro verdadero ángel de la guarda, el inconsciente. Analicemos los detalles que intervienen en esta reacción:

  • Todo estímulo visual llega al tálamo en 50 ms.
  • Si lo percibido se enmarca como un peligro, el tálamo envía simultáneamente la información al córtex visual y a la amígdala.
  • Esta última es la encargada de disparar la señal de alarma.
  • Y en tan solo 150 ms, tras recibir el estímulo visual, se produce la reacción “instintiva”.
  • Es entonces, tras la reacción, que el consciente comienza a procesar y analizar colores, formas y contrastes, unificando fragmentos en una imagen coherente.

El inconsciente también tiene un papel fundamental a la hora de relacionarnos con los demás monos sin pelo de nuestro entorno; sin ir más lejos, cuando vemos a alguien por primera vez ya formamos una opinión de esa persona. El cerebro, por un importante proceso evolutivo socializador, es “experto” en clasificar rostros, colocándolos de forma generalista, y hasta cierto punto arbitraria, en categorías específicas. 


Esta generalización y arbitrariedad de categorías tiende a basarse tanto en experiencias anteriores como de personajes de series televisivas o películas de cine, por más increíble que nosparezca. En tan solo 100 ms juzgamos y clasificamos a la persona por su rostro, colocándolo en el apartado de confiable, apasionado, frío, profesional o difícil, sin pasar por procesos conscientes. Una mandíbula cuadrada por lo general se clasifica como una persona firme, ¿qué tipo de rostro de héroe de acción de Hollywood se les viene a la mente? 


Estos procesos automáticos son muy rápidos y basados en experiencias previas, vividas o visualizadas, que han quedado registradas en el inconsciente. Aunque no tengamos la intención de juzgar de forma consciente el inconsciente si lo hace.


El inconsciente sin ser perfecto es el mejor piloto que podemos desear, desde el instante en el que nos despertamos se pone en marcha y actúa como el piloto automático con la rutina diaria. No pensamos en masticar e ingerir el desayuno, en como se prepara el café, como nos vestimos o nos lavamos la cara y cepillamos los dientes, como tampoco en utilizar la palanca de cambios del vehículo, si somos conductores veteranos. El encargado de llevar a cabo todas estas tareas rutinarias, y miles microtareas más, es el inconsciente. 


Mientras, la parte consciente está ocupada pensando en la agenda que tiene para hoy, el llamar al restaurante para reservar mesa para la cena de aniversario con la pareja… ¡o dónde narices puse anoche las llaves del coche!


Hasta ahora parece que sufrimos de doble personalidad, pero no, relájense, los procesos mentales son una combinación entre procesos conscientes e inconscientes, interactuando de un modo fluido. Es imposible procesar todo lo que sucede a nuestro alrededor, es por ello que el inconsciente gestiona su 90% sin molestar a la parte consciente, dejando que esta se active solo ante estímulos nuevos o relevantes. 


Entre 10 y 12 millones bits es lo que el inconsciente es capaz de recibir simultáneamente, mientras que el consciente percibe como máximo 40 de esos mismos bits. ¡Hablamos de una enorme diferencia de procesamiento!


Si pensamos que la parte consciente de nuestra mente se sitúa, generalizando mucho, únicamente en la corteza cerebral, y que esta tiene aproximadamente un mm de espesor, empezamos a ver las limitaciones de “hardware” que soportan todo el “software” de la consciencia. Si a ello añadimos que los procesos conscientes consumen la mayor parte de la energía que necesita nuestro kilo y medio de gelatina, cada vez es más evidente la necesidad de ese 90% de trabajo rutinario inconsciente, que a modo de filtro selecciona la información relevante, obviando lo irrelevante, para que la procese el oneroso consciente. 


Este filtro permite que no nos saturemos con la enorme cantidad de información que hay a nuestro alrededor, dado que es imposible que podamos estar atentos a todo lo que percibimos. El inconsciente es el que se encarga de funciones del momento mientras mente divaga, nos protege del entorno en el presente, para ante un peligro dado focalizar la atención en el mismo y poder reaccionar.


Cada experiencia, insisto en ya sea vivida o visualizada, deja una huella en la memoria inconsciente, creando una gran base de datos que influye en la toma de decisiones, lo que genera que gran parte de las decisiones que tomamos cada día sean aparentemente instintivas y basadas en procesos ajenos a la lógica. 


Valorar pros y contras requiere invertir mucho tiempo, recursos y energía, con un resultando ineficaz en el mejor de los caos, o letal en un enfrentamiento armado. En un enfrentamiento las decisiones instintivas son siempre más eficaces, mucho más eficaces, que las decisiones racionales. 


Con todo lo anterior, si basamos el entrenamiento en principios sencillos tendentes a ignorar la información irrelevante, mientras se seleccionan una o dos buenas “reacciones generales”, normalmente es más probable sobrevivir, ya sea en un enfrentamiento armado, en una competencia deportiva o en el rutinario día a día. 


Lo cierto es que el inconsciente hace el trabajo sucio de evitar que nuestro "gravoso” pensamiento consciente se sature de información… démosle su espacio y aprendamos a usarlo con eficacia.


Aprender de los errores para acercarnos a la excelencia.


Los errores nos acercan a la excelencia más que los éxitos, y esto es aplicable tanto en el uso de la armas y la violencia por razones legítimas, como para el día a día de cualquier ser humano. 


No hace mucho lo comentaba con una amiga, ejemplo relevante de lo que pretendo explicar en este artículo, sobre la enorme importancia del error en el verdadero aprendizaje. Comentaba que en mi experiencia personal, y la observada en otros, hay una “alergia” social a los errores, y mucho más a reconocerlos. Pero que si analizamos esta cuestión con un poco de calma, Tiger Woods, Michael Jordan, mi buen amigo Eduardo de Cobos… y una de las mejores atletas femeninas de crossfit como es ella, están en esa posición de elite mundial gracias a los cientos o miles de golpes que no llevaron la pelota al hoyo, las miles de veces que el balón no atravesó la cesta, a los miles de proyectiles que no acabaron en el cm cuadrado exacto donde deberían estar, así como a las cientos de frustraciones sufridas cuando un ejercicio atlético no le salió con el nivel que  era requerido por ella misma.


El éxito es superar y aprender de esos miles de errores cotidianos o excepcionales que, si somos inteligentes, nos enseñarán magníficas lecciones que nos acercarán paso a paso a la inalcanzable excelencia, respecto a la cual le comenté que creo que su excepcional lucha por alcanzarla en su campo es el vivo ejemplo de lo que comento.

Nuestra vida es un aprendizaje constante, en lo referente al combate quizás con más razón, donde cada una de las cosas que nos suceden en nuestro día a día tienen un impacto directo sobre nosotros, ya que tanto si salen bien como si salen mal hacen que se desencadenen otro tipo de acontecimientos y reacciones en nuestro desempeño, sea este cual sea y en el campo que sea. 


En muchas ocasiones, aquello que teníamos planeado ejecutar no sale de la manera que buscábamos, lo que nos genera frustración, puede ser que nosotros mismos no hayamos calculado bien la forma de, por ejemplo, realizar ese ejercicio de tiro que nos han marcado, lo que resulta en un mal resultado, al que llamamos error, y nos hace sentirnos culpables de que no haya funcionado como teníamos en mente. Muchos llegan a frustrarse y bloquearse, mintiendo, y mintiéndose a si mismos incluso, sin darse cuenta de que los errores cometidos son siempre esa oportunidad de aprender y poder aplicar los conocimientos adquiridos en el futuro, primero para corregirlos y después para que podamos evitarlos, para finalmente lograr conseguir, con disciplina, paciencia y esfuerzo, los resultados deseados en primera instancia.


He podido ver, y sufrir en muchos casos, que la gran mayoría de personas que se frustran y bloquean ante los errores, con los resultados que todos podemos detectar, suele ser aquella que tiene poca o ninguna confianza en sí misma, pese a la imagen contraria que en muchos casos pretende “vender”. Debemos comprender la enorme importancia de creer en uno mismo, siendo esencial para ello el reconocer que todo el mundo comete errores y que quien no los comete es por dos simples razones, a saber, no haberlo intentado siquiera o... simple y llanamente, miente. 


Inseguridad que acaba degenerando en el miedo al fracaso, mucho más agudizado frente a otros, lo que hace que vivan con una ansiedad que les impide aprender, crecer y mejorar.


La mayoría de cosas que aprendemos en la vida lo hacemos a través del ensayo-error, es decir, que probamos ha realizar algo y si nos sale bien sabemos que tendremos éxito si repetimos dicha acción de este modo, pero si nos sale mal aprendemos que esa no es la manera indicada. ¿No me creen? retrocedamos en el tiempo....


Recuérdense a si mismos el primer día que se sentaron ante el volante de un automóvil y se vieron en la necesidad de pasar de 1ª a 2ª, y a las siguientes. Recuérdense en pensar ¿qué pedales debo pisar? ¿Acelerador? ¿Freno? ¿Embrague? ¿Hacia dónde debo mover esta &$%)"·ª palanca? Y todo ello manteniendo el vehículo en la parte asfaltada correcta de sus respectivos países… 


O piensen en un bebe que da sus primeros pasos y se cae repetidamente, e imaginen por un momento que ocurriría si pensase con total convencimiento algo del estilo de, “mejor dejo de intentar caminar, esto no es para mi”. 


Hoy en día, además. los errores no se aceptan con facilidad y, en la mayoría de las ocasiones, se penalizan socialmente en exceso. El miedo a equivocarnos nos paraliza y evita que por temor nos atrevamos a realizar retos situados fuera de una muy reducida zona de confort. No existe la cultura social de revisar el error para extraer todo su aprendizaje. Preferimos repetir algo que dominamos aunque este mal, para luego explicar, tanto hacia los demás como para nosotros mismos, que lo hacemos por las razonas, a veces, más peregrinas.


Medir en base a la perfección de otros es la gran ficción en el aprendizaje, si algo sale perfecto no estamos aprendiendo, no estamos haciendo algo “nuevo”, estamos practicando, entrenando si se quiere, algo que ya dominamos y entendemos. 


Los logros de grandes personas a lo largo de la Historia, así como muchos descubrimientos científicos se lograron gracias al ensayo y error. El ensayo y error de 10000 repeticiones y de 10000 horas de esfuerzo disciplinado, inteligente y enfocado. Lo que hace “grandes personas” en la Historia son sus errores, después de todo necesitamos cuatro veces más refuerzo positivo y ánimos cuando nos equivocamos que cuando tenemos éxito. Eso es lo que realmente les ha dado el éxito y las ha hecho grandes en la Historia. 


Quien no se permite equivocarse, limita su libertad. 


Ante un error podemos juzgarnos, criticarnos y hundirnos, o podemos tomar la gran oportunidad que nos brinda. Cada actividad debe ser una aventura, en lugar de una prueba, y cada error debe ser una palanca de análisis y aprendizaje, no un gran fracaso personal. Hay que evitar el miedo atenazante a no estar a esa hipotética altura que nos lleva a mantenernos en una ridícula y cada vez más reducida zona de confort, lo que nos priva de la oportunidad de experimentar y crecer. Es primordial cambiar la concepción que tenemos del error. Hemos de desprendernos de esa valoración negativa, de esa asociación con el fracaso o la incompetencia.


El error es parte del camino de todos nosotros, nadie pasa por la vida sin cometer fallos, no solo es una parte del camino, es un elemento esencial. 


Cometer errores es el paso previo al aprendizaje. Cada vez que en un campo de tiro, en un entrenamiento o incluso en un operativo real cometan un error, tengan en cuenta esta pequeña lista de chequeo:


1. Así es como aprendemos.

2. Así es como logramos lecciones positivas inesperadas.

3. Así es como sabemos quiénes somos.

4. Así es como nos liberamos de la zona de confort para perseguir nuestras metas.

5. Así es como clarificamos cuáles son nuestras verdaderas prioridades.

6. Así es como podemos reírnos de nosotros mismos... más tarde.


Cuídense y cuiden de los suyos.

domingo, 10 de marzo de 2024

Poseemos un cerebro táctico innato... conozcámoslo para poder aprovechar todo lo que nos ofrece para sobrevivir.

Poseemos un cerebro táctico innato... conozcámoslo para poder aprovechar todo lo que nos ofrece para sobrevivir.

Por Cecilio Andrade.



Creo que para la mayoría de mis sufridos lectores y alumnos, más o menos asiduos, es evidente el tiempo que dedico a estudiar y comprobar todo lo relacionado con ese kilo y medio escaso, en algunas personas más escaso que en otras, de gelatina que llamamos cerebro. En particular en aspectos tan compenetrados con la lucha y la supervivencia en combate, como son la Teoría Evolutiva, la Neurología, la Fisiología, la Psicología, la Biomecánica y un muy largo etcétera de  ciencias y estudios transversales que, para mi al menos, están totalmente relacionados. 


Materias que hay que estudiar en un conjunto integral e integrado para intentar comprender mínimamente eso que nos ha acompañado a lo largo de toda la existencia de la vida en esta vieja canica azul que flota en el espacio, y si, me refiero la tan políticamente incorrecta violencia, enfrentamiento y el combate.


En muchos artículos, clases y conferencias intento no aburrir cuando hablo sobre el “ancho de banda” de nuestra gelatina cerebral. Pese a lo cual siempre pregunto cosas como:

 

¿Cuánta información es capaz de captar conscientemente por segundo un cerebro medio?


 Muy raramente me saben contestar, salvo que sean sufridos y masoquistas repetidores en mis ponencias, que en el mejor de los casos es de algo menos de unos 1000 bits x seg. 


Es entonces cuando disparo la segunda pregunta trampa con una sonrisa lobuna:


¿Entonces con cuánto trabaja el subconsciente? 


A lo cual, tras un rato de hacerles sudar, mirarse de reojo y contestar números al azar, informarles que es la asombrosa cantidad de 400.000.000.000 de bits x seg. Y ahora extiendan su imaginación, nuestra "gelatina" capta todo eso en cada uno de todos los segundos de nuestra vida.


Y si, leyeron bien, son cuatrocientos mil millones, no necesitan contar los ceros. Y si lo pasamos a un termino más común, pero no por ello mejor conocido, los gigabytes, son el equivalente a 46 “gigas” de sus inteligentes teléfonos. Por si me he equivocado en los cálculos cada bit de información equivale a 0.125 bytes informáticos, o lo que es lo mismo por cada 8 bits (ceros y unos) obtenemos un byte (unidad de memoria informática).


Mucha información aburrida ¿verdad? 



Por cierto, relean que uso el verbo captar y no procesar… es un matiz importante a tener en cuenta y que espero saber explicar si continuan leyendo. 


Volviendo a lo que nos ocupa, sin duda es impresionante semejante ancho de banda inconsciente, pero no es menos impresionante si analizamos la entrada inconsciente de datos de cada uno de los sentidos por separado, tal y como vienen reflejados en la tabla adjunta*. En la misma podemos comparar la diferencia entre el ancho de banda y la capacidad de transmisión de datos inconsciente de nuestros sentidos al cerebro, frente al ancho de banda de nuestra percepción consciente. Siendo esto último algo tan bajo como un bit x seg en el caso del olfato o el gusto, cinco para el tacto, o hasta 30 y 40 bits x seg para el oído y la vista respectivamente. 


Quizá todo puede parecer demasiado extremo cuando comparamos la recepción del “yo consciente” respecto al “yo inconsciente”, pero lo cierto es que nuestro “verdadero yo” lo forma la suma unificada de ambos, que por otra parte jamás existen por separado ni van su cuenta.


Hoy en día se considera, gracias a experimentos y pruebas aun no definitivas, que aunque la mente inconsciente “capta” la cantidad ingente reseñada anteriormente, en realidad procesa realmente la muchísimo menor pero tampoco nada desdeñable cantidad de algo más de 11 millones de bits x seg., para que en el nivel final nuestra mente consciente decida con unos 50 bits x seg.


Ello demuestra que gran parte de las funciones relacionadas con los sentidos y el cerebro funcionan de forma totalmente automática, y que la parte de toma decisiones de forma consciente ya viene relativamente formada previamente desde nuestro subconsciente. 


No experimentamos los “datos en bruto” del mundo que nos rodea, solo lo “sentimos” tras haber sido filtrados cuidadosamente por el subconsciente. El mundo nos parece rico en detalles, sin duda, pero por suerte para nosotros y nuestra supervivencia, no percibimos conscientemente tantos detalles sobre esa vasta información como creemos. Eso explica, en parte, algunas ilusiones ópticas o efectos que se generan en un enfrentamiento, donde el estrés de supervivencia también actúa sobre todo lo anterior.


Si ahora trasladamos todos estos números al trabajo del Coronel Boyd, con su concepto del OODA y de los “cuartos de segundo” necesarios para ser conscientes de los estímulos externos y poder “pensar” en como reaccionar, quizá alcancemos a comprender porque creemos que esos cuartos de segundo a todos los efectos son simultáneos y en tiempo real, haciéndonos vivir en una aparente “realidad con retraso”.


Para terminar y complicarles más todo este verdadero oxímoron neuronal, el aparentemente lógico  sentido común nos dice que primero pensamos y entonces decidimos cómo nos sentimos respecto a ello. Lo cierto, y todas las pruebas lo demuestran así, es que es al contrario, como nos sentimos respecto a algo nos viene a decir que es lo que debemos pensar.


Sin duda no somos esos orgullosos seres racionales que presumimos, pero por suerte somos más demostrados muy eficaces animales emocionales con raciocinio… y mucho más emocionales cuando la propia supervivencia, la del Glaber Simiae** que somos en realidad, está en juego.


Kilo y “poco” de gelatina

Que el cerebro también es un órgano no cabe duda alguna, es el generador de ordenes, acciones y reacciones específicas, del cual se olvida, o simplemente se ignora, que también sufre sus propias reacciones fisiológicas y químicas, y de una forma muy acusada además. Un maravilloso kilo y “poco” de gelatina e incógnitas, eso es nuestro su cerebro... ¿táctico?

¿Les suena algo como esto?

No podía pensar con claridad, sabía que tenía que hacer algo pero no recordaba que, no reconocía que me estaba pasando”. 

Pensar es una acto electro-químico de las neuronas, y el cerebro está formado por “muchas” neuronas... lo cual me da pie a una de mis acostumbradas digresiones, no me disculpen.

Un adulto tiene cerca de noventa mil millones de neuronas... y cada una de esas neuronas pueden conectarse con otras cincuenta mil, en un proceso denominado sinapsis... ahora multipliquen ...

Regresando a la argumentación, si la sinapsis entre neuronas está afectada, obstruida o reducida, el pensamiento cuando menos es incompleto e ineficaz, y, sé que lo saben, con estrés se generan muchas sustancias que llegan a impedir y obstruir la transmisión nerviosa normal, tanto a nivel eléctrico como químico.

Con seguridad también les será muy conocido aquello de:

Después que pasó todo apenas recordaba algo”. 
o
No recordaba nada, mi mente estaba en blanco”.

No pensar con claridad por esa comunicación neuronal irregular afecta a como se reciben los datos, y recordar es ni más ni menos que recuperar datos archivados. No se puede recuperar lo que no se ha recibido, o que se ha recibido de forma fragmentaria e inconexa. 

El subconsciente puede recibir ayuda a posteriori con terapias y técnicas adecuadas, pero hay que tener mucho cuidado con un factor capital, los falsos recuerdos, inventados o añadidos por ser “coherentes”. La coherencia que puede ser inducida, de nuevo a posteriori, externa o internamente, por comentarios, lecturas, pensamientos, ansiedad por dar respuestas, etc. 

Ser conscientes de que el cerebro no puede procesar información de la forma correcta puede ayudar a reconstruir un recuerdo sin añadir “coherencias”, positivas o negativas, que normalmente son irreales.

 Después de todo, pensar y recordar son simple y llanamente procesos químicos, donde las células nerviosas liberan sustancias para comunicarse entre ellas. El problema surge cuando las nuevas sustancias químicas de la ansiedad y el estrés chocan y obstaculizan a los neurotransmisores "normales", dando lugar a que memoria y pensamiento se vean alterados, siendo esta alteración mayor o menor dependiendo del grado de percepción interna de la situación vivida. 

Piensen, por ejemplo, en un accidente familiar grave que hayan vivido, ¿recuerdan como llegaron al hospital tras recibir la llamada de que su hija estaba ingresada en estado grave?

Por último, ¿alguna alguna vez han vivido esto?

No podía pensar y apenas respirar, solo oía que me repetían, “respira despacio y profundo””. 

Todo el mundo ha vivido situaciones propias o ajenas altamente estresantes en las que alguien dice, “tranquilo, tu solo respira hondo”, sin duda uno de los mejores consejos para tales situaciones. La meditación, sin ir más lejos, basa casi todo su trabajo fisiológico en este punto, respirar y concentrarse en respirar. 

Pero ocurre que los pulmones se contraen ante una situación de ansiedad y estrés, con lo cual no podrán tomar todo el oxígeno que desearíamos, y la cuestión es que el oxígeno es fundamental para las funciones de pensar y recordar. 

El cerebro necesita el 20% del total respirado, lo cual, si lo comparamos con su volumen respecto al resto del cuerpo, es mucho oxígeno. Y mientras otros órganos pueden ralentizar sus funciones para consumir menos, los músculos usar otros “combustibles” anaeróbicos, sin necesidad de oxigeno, el cerebro no puede hacer ni una ni otra cosa. Si no recibe su 20% de oxigeno ve reducidas sus capacidades hasta incluso llegar a “apagarse” o “desconectar”. 

No somos animales tan racionales y lógicos como gustamos de considerarnos, en realidad, como aburro de harto repetir, somos animales emocionales con raciocinio, sumamente dependientes de la fisiología y bioquímica para responder a los estímulos externos e internos de la vida, lo que no es excusa alguna para dejarnos llevar por todo ello.

La concienciación, el entrenamiento bien dirigido e inteligente, la comprensión de los hechos pasados y posibles del futuro, la maravillosa neuroplasticidad de un cerebro que nos otorga nuestra innata capacidad de aprendizaje para emplear el atributo mayor del intelecto humano, la curiosidad por investigar, en definitiva, pensar, nos otorgará miles de posibilidades más que si simplemente nos dejamos arrastrar por las olas de un coctel químico, por más biológico y natural que sea. 

Es obligado aprender a llevar el timón en esas olas, jamás permitiendo que nos estrellen contra los arrecifes de una reacción incorrecta e improcedente. 

Como le comentaba a un gran amigo, la conducta puede inducirse pero las habilidades deben aprenderse, dejando el azar fuera de la ecuación. Con pruebas y errores… más errores normalmente, y practicar, practicar y practicar las tres “E”, a saber, Educación, Estudio y Entrenamiento. 

Y eso ultimo es todo lo que hay... y no hay más, damas y caballeros.

¿Reflejos y reacciones a la velocidad de la luz?

Realmente nunca son tan rápidos pero sí pueden ser en factores de milisegundos.

Nuestra propia supervivencia como especie así como la misma evolución, se produjo, y se mantiene, en un mundo en el que objetos y seres peligrosos nos arrollaron, y arrollan, a gran velocidad. 

Una leona corriendo a 80 kilómetros por hora desde los 30 metros desde donde suele emboscar a sus presas hundirá sus dientes y garras en un parpadeo. Se imaginan ...¿correr, trepar, levantar una lanza, tensar un arco o tan solo pensar qué hacer? Casi cualquier objeto utilizado para arrojarlo en batalla a lo largo de milenios de guerras y luchas se mueve en factores de muy pocos milisegundos (e. a. ms), algo más, no tanto más de lo que se cree, desde la aparición de las armas de fuego. 

Depredadores o proyectiles, en cualquier caso, consumen el tiempo que necesitamos para eludir, evadir y/o escapar, por lo que la velocidad de las reacciones necesarias para sobrevivir debe permitir que esas mismas reacciones quepan en un marco temporal tan breve como inimaginable para cualquier mente consciente. 

A lo largo de la Historia de la Vida la diferencia entre vivir y morir ha residido muchas veces en unas pocas milésimas de segundo de tiempo de reacción. La evolución es un implacable juez olímpico con un cronómetro sumamente exacto. 

Es necesario saber y comprender, ya sea en los actuales deportes o en el combate, moderno o pasado, el concepto de lapsos de reacción. 
Veamos algunos de esos lapsos promedio.
  • 90 ms de un bateador de béisbol.
  • 100 a 120 ms de un velocista.
  • 300 ms de un portero ante un penalti.
  • 160 ms de un jugador de pingpong. 
Si prefieren algo más común:
  • 350 ms son necesarios en el mejor de los casos para esquivar un obstáculo en la carretera a 20 metros de distancia y 100 km/h.
-- "Pero por favor, Cecilio, centrémonos, lo nuestro es sobre profesionales armados. ¿De cuantos ms hablamos entonces?"
  • De 250 a 500 ms para que  un profesional armado bien entrenado y muy atento reaccione ante un ataque. 
En todos los casos, atleta, conductores o profesionales armados, emplean, en el mejor de los casos, más o menos la mitad de ese tiempo para tomar una decisión cualquiera, mientras el resto de ese ínfimo tiempo deben dedicarlo a iniciar una respuesta muscular y/o motora.

El enfoque científico del entrenamiento deportivo, y cada vez más del relacionado con el combate, ha disminuido el tiempo de reacción hasta la frontera misma que la Biología y la Biomecánica hacen posible, lo mismo que hace la Madre Naturaleza.

Permítanme añadir un apunte histórico de combate deportivo moderno, el gran Muhammad Ali era capaz de lanzar un jab de izquierda en 40 ms, y el pobre y desgraciado receptor tenía tan solo unos teóricos 20 ms para poder reaccionar. Les aseguro que era imposible ver los guantes en sus encadenamientos, pero no se fien de estas letras ni me crean sin más, busquen en Youtube, por ejemplo la pelea en Kinshasa entre el campeón y George Foreman de 1974. No son imágenes aceleradas por muy borrosas y rápidas que les parezcan.

Añadan un dato más a todo lo anterior, una vez formada una imagen en la retina esta necesita aproximadamente 100 ms, una décima de segundo, para ser registrada conscientemente en el cerebro. Esto es consecuencia de la relativa lentitud del sistema visual. La luz choca contra la retina, para posteriormente traducir los fotones a una señal química antes de volver a ser trasmutada a una señal eléctrica para ser transportada por las fibras nerviosas. 

La señal llega a una zona posterior y muy específica del cerebro, el córtex visual, para volver a proyectarse hacia delante por dos vías separadas, una que procesa la identidad de los objetos vistos, la que trabaja el “qué”; y otra que procesa la localización y el movimiento, el “dónde” y el “como”. 

Ambas vías deben combinarse para formar una imagen unificada, es entonces cuando la imagen emerge en la conciencia, empleando en todo ello esa décima de segundo completa. Obviamente siempre se estará a la zaga de los acontecimientos, pero si además se añade a este algoritmo que para que una orden llegue del cerebro a la mano se requieren unos ya no tan cortos 60 ms... mejor dejémoslo aquí...

    -- Ok. Cecilio, para el carro, los números no cuadran ni a martillazos, ¿cómo hemos podido sobrevivir individualmente y cómo especie si siempre vamos con tanto retraso en las reacciones de supervivencia?

Sin duda es una muy... muy buena pregunta, y complicada de responder, pero no hoy, quizás les hable de ello en próximos artículos. 

Por hoy les dejo pensando en todo este galimatias.

Cuídense y cuiden de los suyos.



* La tabla procede del artículo “The half-second delay: what follows?"  Publicado en la revista Pedagogy, Culture & Society (2006).

** Glaber Simiae:  Personal nombre científico empleado por mi para definir al más presuntuoso Homo Sapiens, significa "mono sin pelo".

domingo, 3 de marzo de 2024

Debemos aprender a enfocarnos en aprender ... conociendo nuestro cerebro en combate...

Debemos aprender a enfocarnos en aprender ... conociendo nuestro cerebro en combate... 

Por Cecilio Andrade.

No se si lo saben, pero su increíble cerebro de humano, el algo más de 1.3 kg. de hardware, cuenta con dos sistemas separados y relativamente independientes de software. Uno de los cuales tiene un gran poder de "computación" y ronronea continuamente con la intención de resolver problemas, hasta que nos sorprende con una súbita solución tras una compleja deliberación. 


Básicamente sigue un criterio definido por millones de años de evolución y supervivencia  como especie:


"Estoy siempre atento… 

¡ATENTO!… 

¡debo estar atento!... 

si no estoy atento ... 

perderé..."


Y esto es así tanto para aprender como para actuar, en ambas situaciones si no estuviera realmente atento perderíamos siempre, y en muchos casos la vida.


Sin embargo, como opera más allá del horizonte de la consciencia despierta, somos ciegos a su funcionamiento. Este sistema brinda los beneficios de su inmensa laboriosidad en una multitud de formas como si, aparentemente, procedieran de ningún lugar, desde establecer la sintaxis de una frase hasta subsanar una grave interrupción de su arma mientras evita exponerse en un tiroteo. 


Esta forma de atención, tras bambalinas, suele irrumpir de un modo completamente inesperado en el centro del escenario, como cuando mientras hablamos por teléfono detenidos ante un semáforo en rojo, se que Uds. jamás harían eso (ignoren mi sarcasmo), con la parte que se encarga de conducir situada tras la mente consciente, un bocinazo nos advierte que el semáforo ha pasado a verde.


¿Sorprendente? Aunque la mayor parte de este cableado neuronal se asienta en la parte “inferior” del cerebro, en los circuitos subcorticales, los frutos de su labor afloran súbitamente en la conciencia avisando al neocórtex, la parte más “elevada” del cerebro. Es por ello que se denomina ascendente a esta vía procedente de los estratos cerebrales inferiores, siendo el término habitualmente utilizado por las ciencias cognitivas para referirse a las operaciones llevadas a cabo por la maquinaria neuronal del cerebro inferior, por el subconsciente. 


Igualmente la expresión “descendente” se refiere a la actividad mental, principalmente neocortical  y consciente, que controla e impone sus objetivos sobre el funcionamiento subcortical y subconsciente


En este sentido parecería que existen dos mentes funcionando simultáneamente, no las hay, es una sola funcionando en varios niveles a la vez.


La mente ascendente, el subconsciente es:

  • Más rápida, su tiempo cerebral se mide en términos de milisegundos.
  • Inconsciente, involuntaria, automática y siempre está en funcionamiento.
  • Intuitiva, operando a través de redes de asociaciones.
  • Motivada por impulsos y emociones.
  • Responsable de llevar a cabo las rutinas habituales, guiándolas.
  • Gestora de los modelos mentales del mundo.

La mente descendente, la consciente es:

  • Más lenta, en términos de segundos o décimas de segundo en el mejor de los casos.
  • Consciente y voluntaria.
  • Esforzada.
  • Asiento del autocontrol y de acallar los impulsos emocionales.
  • Capaz de movilizar rutinas automáticas.
  • Capaz de aprender nuevos modelos.
  • Capaz de esbozar nuevos planes.
  • Capaz de hacerse cargo, en cierta medida, del repertorio automático.

La atención voluntaria, la voluntad y la decisión intencional emplean los circuitos descendentes y/o conscientes, mientras que la atención reflexiva, el impulso y los hábitos rutinarios lo hacen con los ascendentes y/o subconscientes. La mente ejecuta una danza continua entre ambas formas de atención ascendente, por estímulos, y atención descendenteconsciente y dirigida.


Mientras repasamos lo que el instructor nos dice que debemos hacer cuando de la señal de ejecución estamos en una modalidad de funcionamiento descendente


Cuando tras mucha práctica ejecutamos el ejercicio sin pensar en cada uno de los gestos, acciones y movimientos, en “piloto automático” fruto del entrenamiento inteligente y atento, estamos en modo ascendente


El sistema multitarea ascendente escanea en paralelo una gigantesca cantidad de entradas del entorno que todavía no han llegado a ocupar el centro de la atención consciente y, después de analizar lo que se halla dentro de ese entorno, “informa” de aquello que ha seleccionado como más relevante.


En cambio, la mente descendente procesa secuencialmente, las cosas, una tras otra, llevando a cabo un análisis más concienzudo, por lo que necesita mucho más tiempo para decidir lo que presentará.


Resulta maravilloso, al menos para mi lo es, que la mente acabe equiparando lo que ocupa el centro de su conciencia con la totalidad de sus operaciones mentales. 


Lo cierto es que la inmensa mayoría de estas operaciones no ocupan el centro del escenario, sino que lo hacen entre el ronroneo del funcionamiento de los sistemas ascendentes, entre bambalinas, en el trasfondo de nuestra mente, subconscientemente.


Entrenar empuñando las emociones.


En esta parte me centraré en algo que ha sido, y aun lo sigue siendo, considerado una herejía del entrenamiento táctico y operativo, hablaré del entrenamiento enfocado con las emociones presentes, algo que considero como la matriz de un buen y realista entrenamiento. 


Tengo el hábito de leer con la máxima atención, así como escribir, pensar, meditar, e incluso algunos tipos de entrenamientos en seco, escuchando música acorde a la tarea y estado de animo que presento en cada ocasión. Conectar mi ritmo de pensamientos y acciones me ayudan, de algún modo, a concentrarme y visualizar más rápidamente, pongamos por caso, la fórmula del enfrentamiento en movimiento contra varios adversarios. 


Siempre agradecí haber logrado perfeccionar esa capacidad de concentrarme en cualquier situación externa dada, por más caótica o estridente que sea.


Infinidad de veces en medio de un entorno de voces, sonidos urbanos, cuando no de otros no tan “plácidos” ni inofensivos, he logrado sacar parpadeos de enfoque para buscar soluciones a problemas muy concretos y, en muchos casos, urgentes, donde es imposible gritar “¡Silencio Universo!”. Desconecto del ruido y redoblo mi enfoque, concentración y nivel de atención.


Esto es un claro ejemplo del poder de la atención selectiva, la capacidad neuronal de dirigir la atención hacia un único y vital objetivo, ignorando simultáneamente el inmenso aluvión de datos, cada uno de los cuales constituye, en sí mismo, un posible foco de atención. Todo lo cual se puede definir como la toma de posesión por la mente, de un modo claro y vívido, de uno entre varios objetos o cadenas de pensamientos simultáneamente posibles.


Ténganlo siempre en cuenta, Uds., como yo mismo y toda la humanidad, sufrimos de dos tipos de distraccionessensoriales y emocionales


Los  primeros distractores, los sensoriales, son muy simples y por ello fáciles de contrarrestar. Cada segundo apartamos de la mente consciente miles, si no millones, de bits de información. El cerebro aparta de su foco el continuo bombardeo de sonidos, formas, colores, sabores, olores y sensaciones de todo tipo que nos asaltan de forma sistemática.


Otra cosa son las distracciones asociadas a estímulos emocionales, las cuales resultan mucho más problemáticas. 


Puede resultar más o menos sencillo concentrarse en medio del estruendo melódico de una de las joyas compuestas por Iron Maiden, por ejemplo, después de todo ya soy un clásico cincuentón pasado, pero basta con escuchar que alguien pronuncia nuestro nombre o un sonido que asociemos a un riesgo potencial, como el acerrojado de un arma, o el característico chirriar de una frenada brusca, para que ese dato acabe convirtiéndose en un señuelo emocionalmente tan poderoso que resulte imposible desconectar el foco de atención del mismo. 


Foco de atención que se apresta a activar todo el sistema automático de respuesta asociado a ese estímulo.


    En este contexto el principal reto al que todas las personas se enfrentan, aun las más enfocadas y atentas, procede del factor emocional de la vida, como la colisión entre un automóvil y una motocicleta, que aun sin tener nada que ver con uno mismo el recuerdo del motociclista gravemente herido no deja de interferir posteriormente en el pensamiento. 

Interferencias que afloran por una buena razón, obligan a prestar atención a lo que hay que hacer con lo que nos pueda  afectar. La línea divisoria entre la especulación improductiva y la reflexión activa y positiva reside en si nos acerca a alguna solución o comprensión provisional que permita dejar aparcados esos pensamientos o, desgraciadamente, nos mantiene obsesivamente, atrapándonos en un improductivo bucle de reproches. 

Es obvio que toda actuación será mucho menos efectiva cuantas más interferencias obstaculicen la atención. Las investigaciones realizadas al respecto han puesto de relieve la existencia de una elevada correlación entre la fuerza con que la ansiedad interrumpe la concentración y el logro de una respuesta coherente y eficaz.

El asiento neuronal de la capacidad de permanecer con la atención centrada en un objetivo, ignorando simultáneamente todos los demás, reside en las regiones prefrontales del cerebro. Los circuitos especializados de esta región alientan la fortaleza de los datos en los que queremos y debemos concentrarnos, empuñe, alineación y presentación del arma, punto de mira, presión del disparador, objetivo, entorno, y algunos etcétera más; amortiguando, al mismo tiempo, los que se ignora, color de la ropa del objetivo, tipo de automóvil tras el, la niña rubia gritando de miedo a nuestro costado, el autobús que está llegando puntual para variar, y, esta vez si, muchísimos etcétera mas. 


No es de extrañar que por razones de supervivencia evolutiva la atención está obligada a desconectarse de las distracciones emocionales, por lo cual los circuitos neuronales de la atención selectiva incluyen mecanismos de inhibición de la emoción. Significando todo esto que las personas que mejor se concentran y enfocan son relativamente inmunes a la turbulencia emocional, siendo más capaces de permanecer impasibles en medio de crisis, manteniendo el rumbo a través de la mayor marejada emocional.


Y todo ello es factible de entrenarse, por ende… de aprender a gestionarlo. 


Que cosas ¿verdad?


Enfocarnos para sobrevivir a un enfrentamiento.

Partamos de una realidad para el profesional armado:


"Fracasar en enfocarnos implica fracasar en aprender, 

por ende implica fracasar en sobrevivir a un enfrentamiento."


El fracaso en focalizar la atención suele dejar la mente sumida en cavilaciones improductivas, en bucles de pensamientos repetitivos, cuando no en una ansiedad patológica. Añadamos a todo ello que frente a situaciones de estrés de supervivencia, suele acabar desembocando en impotencia, desesperación y autocompasión, así como en la repetición incesante de gestos, rituales y/o pensamientos improductivos propios de un trastorno obsesivo-compulsivo


La capacidad de desconectar la atención de una cosa intrascendente y dirigirla hacia la que resulta esencial es una capacidad fundamental para la supervivencia individual.


Sin duda estarán de acuerdo conmigo que la falta concentración y enfoque es un mal endémico de nuestra sociedad, y lo grave es que no tiende a mejorar en situaciones de emergencias vitales, casi como si el cerebro de la mayoría de los monos sin pelo actuales hubieran perdido la capacidad de hacerlo por una continua falta de uso. 


Por suerte no es así. Cuanto más firme es el interés para esa atención selectiva, más profundamente es posible sumirse en lo que se esté haciendo, algo que hacemos más habitualmente de lo que se cree, pero aquí lo comento en el contexto que nos ocupa, luchar por la propia vida o la de terceros. 


En medio de un evento caótico es posible encontrar a personas concentradas, capaces de zambullirse en una acción concreta, con los ojos fijos en su objetivo, como absortos en su actuación, independientemente de que sus manos estén dentro de la herida abierta y sangrante de un compañero que no deja de gritar de dolor. La mirada de los no enfocados, por el contrario, deambula a la deriva de un lado a otro, en busca siempre de algo a lo que aferrarse.


Enfocarse es una de las muchas capacidades vitalmente esenciales, cada una de las cuales se asienta en un sistema neuronal específico para fluir a través de la turbulencia de la vida interna, del mundo interpersonal y de los retos que la vida en general depara. 


En los momentos de mayor enfoque, los circuitos de la corteza prefrontal se sincronizan con el objeto enfocado, en un estado denominado cierre de fase


Cuando los ojos de un maestro tirador como pueden ser cada uno en su especialidad Don Eduardo de Cobos o Don Eduardo Abril de Fontcuberta, captan la imagen correcta que deben ver, la correlación de sus miras o visores y el blanco, las señales electroquímicas de su corteza prefrontal se activan en una sincronía muy precisa entre la imagen captada y el dedo que presiona el disparador. 


Cuanto mayor es el enfoque más fuerte es también esa conexión neuronal. Pero si en lugar de enfoque existe una maraña de pensamientos, la sincronía se desvanece, algo propio también del trastorno de déficit de la atención.


Enfocado en lo que aprende, el cerebro relaciona la nueva información con la que ya conoce, estableciendo nuevas conexiones neuronales. Cuando la mente divaga, el cerebro activa una serie de circuitos que nada tienen que ver con lo que esta tratando de aprender o realizar. Por ello es tan difuso el recuerdo de lo sucedido estando distraídos. En una clase normal la mente del alumno más atento suele divagar entre el 20 y el 40% del tiempo, algo que implica un coste muy elevado, ya que la comprensión es inversamente proporcional a la distracción.


En una acción generadora de estrés, de cualquier tipo, la mente elabora un modelo o red mental para conectar con el universo de modelos almacenados que giran en torno al mismo tema, buscando dar sentido a lo que está viviendo. Esa necesariamente amplia red de comprensión descansa sobre el núcleo del aprendizaje previo. 


Cuanto más distraída esté durante la elaboración de ese tejido, y más largo sea el lapso transcurrido hasta darse cuenta de  estar distraída, mayor será el agujero de dicha red y más cosas, en consecuencia, se escaparán. Durante una clase o un entrenamiento, el cerebro establece una red de sendas que definen el conjunto de ideas y experiencias adquiridas. Cuanto mayores sean las distracciones, en profundidad y/o en duración, peor será la calidad de esas tan necesarias y vitales sendas.


Se requiere una mente enfocada para ser efectivos, tanto en el aprendizaje como en el combate por la integridad y la vida. La perdida de enfoque en el antes, durante el aprendizaje y el entrenamiento, generará una mente caótica y fragmentada, desesperada por encontrar las sendas, quizás inexistentes, que le permitan enfrentarse al durante, el enfrentamiento.


Todo acto efectivo requiere de una mente enfocada. Cuanto más distraídos estemos en el antes, más caóticas, inconexas, ineficaces y, en muchos casos, contraproducentes serán las acciones ejecutadas en el durante. Y ni hablemos de pretender reconstruir algo mínimamente coherente en el después.


Y si, para terminar, se puede, y debe, entrenar ese enfoque en el antes para ser eficaces en el durante y tener la posibilidad de disfrutar un después.


Y lo de siempre ... Cuídense y cuiden de los suyos.